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En su historia, el hombre ha aprendido a
modificar el entorno en su propio beneficio gracias al desarrollo de la ciencia
y de la técnica.
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La creciente capacidad del hombre de modificar
la naturaleza para explotar sus recursos ha llegado a provocar graves impactos
sobre el medio, a veces irreversibles.
- En la
evolución de las relaciones entre el hombre y la naturaleza se pueden
distinguir tres etapas:
Sociedad cazadora
recolectora (Paleolítico)
Los primeros humanos fueron omnívoros nómadas, unos verdaderos
oportunistas, y precisamente en su amplio espectro de alimentación se encuentra
una de las claves de su éxito. La otra es, sin duda, el empleo de materiales
naturales para fabricar herramientas, lo cual incremento considerablemente su
capacidad de modificar su entorno, aunque, por el momento, a una escala muy
reducida.
El hombre buscaba en el entorno alimento y refugio y no realizaba
ninguna transformación significativa en el ambiente. Su impacto en el medio
natural era semejante al de cualquier otra especie. En esta época, la especie humana
no es más que otros muchos depredadores que entra en competencia con otras
especies de su biocenosis.
El comienzo de la utilización del fuego para
ahuyentar animales peligrosos, suavizar las temperaturas de sus moradas y
mejorar su alimentación, puede considerarse la primera transformación de su
ambiente más cercano. Se estima que la población humana en las primeras etapas
del paleolítico estaba constituida por unos treinta mil individuos y que estuvo
al borde de la extinción. Sin embargo, hace unos 20.000 años la población
humana ya se había extendido por todo el planeta.
Sociedad agrícola y
ganadera (la revolución neolítica)
Comienza en el Neolítico, hace unos 10.000 años. El origen de la
agricultura se sitúa en Mesopotamia y desde allí se extendió hacia el
Mediterráneo hace unos 8.000 años. El hombre deja de desplazarse en busca de
recursos de consumo inmediato y empieza a recoger plantas y semillas para
sembrarlas cerca de su hogar, haciéndose más sedentario.
También en esta etapa se produce la domesticación de animales con el
fin de utilizarlos no sólo como alimento, además para reducir el esfuerzo
físico en las tareas agrícolas y en los desplazamientos. Asociada a esta
revolución neolítica, el hombre aprendió a construir herramientas metálicas y
el empleo de éstas aumentó su capacidad de modificar el entorno.
En esta fase se produce ya una intervención significativa sobre el
medio natural. Se talan o queman bosques para dedicar los terrenos al cultivo y
se construyen asentamientos humanos estables ya que el nuevo modo de vida no
requiere el continuo desplazamiento de la etapa anterior. Al no utilizar
abonos, la agricultura provocaba el empobrecimiento del suelo y se inicia la
desertificación de ciertas zonas. En todo caso, los cambios eran bastante
escasos todavía.
El mayor éxito en la explotación de su entorno
hizo que la población humana empezase a crecer rápidamente. Hace 3.000 años la
población mundial habría alcanzado los 100 millones de personas y, a pesar de
las hambrunas, las epidemias (como consecuencia de las deficientes condiciones
sanitarias) y las guerras, en el siglo XVII se habían alcanzado los 800
millones de habitantes.
Sociedad
industrial-tecnológica
La revolución industrial se produjo en el siglo XVIII con la
invención de la máquina de vapor (la energía endosomática –interna o
metabólica– se hace despreciable respecto a la exosomática –de origen
externo–). Su empleo en las fábricas, en la minería y en las nuevas técnicas
agrícolas favoreció el incremento de la producción, ya que hasta entonces el
hombre dependía principalmente de su propio esfuerzo y del aprovechamiento de
las fuentes de energía naturales (el Sol, el viento o las corrientes de agua). Como
la agricultura mecanizada requiere menos trabajo humano, se produjo un
desplazamiento de la población hacia las grandes ciudades en las que se
encontraban las fábricas o a las que surgieron en torno a las zonas mineras y
se incrementó notablemente la natalidad.
Como fuente de energía para cubrir la creciente demanda empezó
utilizándose la madera, que posteriormente fue sustituida por el carbón y, más
tarde, por el petróleo y el gas natural. El creciente consumo de combustibles fósiles
y las nocivas características de los contaminantes que generan es una de las
claves para interpretar la crisis en las relaciones con el medio ambiente que
aqueja al mundo a comienzos del siglo XXI.
Los principales efectos de la revolución
industrial en la naturaleza han sido:
Ruptura de los ciclos de la materia (ciclos biogeoquímicos). El
hombre produce residuos a un ritmo mayor del que la naturaleza puede absorber y
algunos recursos naturales se consumen a una velocidad superior que su
velocidad natural de regeneración.
Modificación del flujo de energía. La civilización actual se
caracteriza por un consumo desmesurado de energía que ha incrementado la
capacidad del hombre para transformar el medio. Las consecuencias han sido la
contaminación y el agotamiento de los recursos no renovables de la biosfera.
Pérdida de biodiversidad como consecuencia del crecimiento de los
espacios urbanos, el predominio del monocultivo en grandes superficies y a la
consecuente regresión de los bosques y otros ecosistemas naturales.
Esta situación se ve agravada por el incesante crecimiento de la
población humana. La Tierra tiene ya 6.400 millones de habitantes y se calcula
que alcanzará 8.000 a 10.000 habitantes para el 2050. A pesar de que el espectacular
desarrollo científico y tecnológico ha permitido la mejora de la calidad de
vida de un gran número de personas, paralelamente al crecimiento de la
población se ha producido un aumento de las desigualdades económicas y
sociales. Una pequeña parte de la humanidad consume de manera desorbitada y
utiliza sin control los recursos de las zonas más deprimidas, en las que
millones de personas mueren de hambre y sufren epidemias superadas ya en los
países desarrollados.